La prueba del crimen

Lo que parecía iba a ser una transacción comercial tranquila, en una discreta habitación de Grimley, Nueva Jersey, pasa a ser un asalto cuando una banda no prevista, ni mucho menos invitada, irrumpe en la habitación con la intención de llevarse el dinero, la droga y a quien se ponga por delante. Demasiada gente para un cuarto tan pequeño, demasiada tensión para una discreta habitación; un gesto mal interpretado, una ocasión bien aprovechada y el asalto acaba como el rosario de la aurora, con cola de gente llamando a las puertas del cielo o del infierno, que porque hayan dos puertas no va a haber menos cola en cada una de ellas.

Aclarado el humo de la refriega, despejada la identidad gremial de los asaltantes... a Joey Gazelle le es dada la pistola ejecutora del representante desviado, corrupto es más explícito, para que la quite de circulación.

Joey, que compagina el riesgo de un trabajo en la banda de los italianos Perello con la emoción de la vida familiar, encuentra oportuno ocultar la pistola en el sótano de casa para así tener una garantía en caso de que sus jefes reconsideraran su situación laboral.

Por una de esas carambolas del destino, esa misma noche, cuando los Gazelle están cenando, la prueba del crimen aparece en casa de sus vecinos vomitando fuego, hiriendo al maltratador padre del amigo de su hijo e incrustando balas en las paredes y marcos de ambas casas.

Para Joey se acabó la cena de sopetón y por la vía de apremio se ve embarcado en una frenética búsqueda nocturna de las balas, del portador y de la pistola que deberá encontrar adelantándose a las dos policías, la legal y la corrupta, a sus jefes y a la competencia de sus jefes; apresurada carrera de obstáculos que le conducirá a tratar con gente, conciudadanos, que preferiría no haber tenido el disgusto de conocer.