La casa del lago

Kate Forester va a dejar atrás Illinois y a empezar de nuevo en Chicago. Pero, aunque está decidida, le apena dejar su actual casa, un refugio de cristal sostenido por pilares sobre la calmada superficie del lago, por lo que decide dejar una carta al nuevo inquilino con unas breves recomendaciones para que cuide ese lugar tan especial para ella y, si es tan amable, le remita a su nueva dirección en la ciudad el correo perdido que llegue al buzón.		Alex Wyler es el nuevo inquilino y no puede por menos que pensar que la carta que ha encontrado en el buzón es una broma: ¿Pisadas de perro en la entrada?. La carta de respuesta le es devuelta por dirección desconocida, de modo que opta por dejarla en el buzón.
En días de e-mail y teléfono móvil, estos dos personajes deciden seguir escribiéndose, a través del buzón en el que van dejando las cartas de uno para el otro. Algo, no encaja. Y es el tiempo. Parece haber un malentendido, de modo que ella escribe una sencilla pregunta: ¿Qué día es hoy?. Acostumbra a ocurrir cuando preguntas para aclarar un punto oscuro: la respuesta aún lo lía más. Lo que para ella es 14 de abril de 2006 para él es 14 de abril de 2004. Si el tiempo los separa en el presente, la casa del lago los une en el pasado y el buzón de correo los relaciona con vistas al futuro. El romance está servido para los unidos por el tiempo que los separa.