El diablo viste de Prada
Siendo exactos, Andrea es la segunda asistente personal de Miranda Priestly, la editora de moda que desde las páginas de su revista Runaway dicta sus recomendaciones de moda y millones de lectoras las siguen.
Miranda es venerada en los círculos de la moda, temida por los grandes creadores y considerada un genio por sus empleados y colaboradores; aunque sería más exacto decir que todos la temen, por ello unos la veneran y otros la consideran genio y déspota, depende de la proximidad con que dependan de ella.
Andrea, al poco tiempo de ver desfilar bolsos y abrigos sobre su mesa de trabajo, se percibe de que hay un antes y un después, de que ha pasado de soñar con este trabajo a no poder ni siquiera dormir. Puesta en el borde decisorio, lejos de arredrarse y con una buena excusa de autoconvencimiento protector, le toma el pulso al juego de Miranda y, sacando el buen gusto diferenciador que anida en su interior, sube a la red divisoria de los puntos de vista de la galería de diseño más escaparatista dispuesta a devolver todas las pelotas que se le crucen en el camino hacia su objetivo personal; una decisión que toma visos de hipoteca personal con el diablo, eso sí, con una cláusula de revisión en función del índice de valoración de satisfacción íntima (que esto es una película).
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